El 15 de mayo de 1813 nace en Copenhague, Dinamarca, el filósofo Søren Aabye Kierkegaard. Fue el séptimo hijo de un campesino enriquecido por el comercio del lino y ya retirado del negocio. Pasó su infancia en un ambiente de adultos. Desde muy joven su padre transmitió a Søren la fe cristiana, aunque interpretada desde una visión que ponía el acento en las doctrinas del pecado del hombre y la justicia de Dios. En 1838, a los veintidós años acontece lo que Kierkegaard describió como "un gran terremoto". "Fue - dice Kierkegaard en su Diario- cuando ocurrió el gran terremoto, la terrible revolución que de repente me llevó a formular una nueva e infalible ley de interpretación de los hechos. Entonces tuve el barrunto que la provecta edad de mi padre no era una bendición divina, sino, muy al contrario, una maldición (...) entonces percibí cómo se espesaba sobre mí el silencio de la muerte, y mi padre se presentó a mi consideración como un infortunado ser condenado a sobrevivirnos a todos nosotros (a Søren y a sus hermanos), como una cruz sobre la tumba de todas sus esperanzas. Debía pesar una falta sobre la familia y Dios la castigaba: desaparecería barrida por la todopoderosa mano de Dios, borrada como una tentativa fracasada...". Es probable que con estas expresiones Kierkegaard se refiriera a la siguiente confesión que le hiciera su padre: a los once años, encontrándose éste en los agrestes pastos de Jutlandia cuidando un rebaño, herido por el frío y la humedad, desde lo alto de una roca levantó los brazos al cielo y maldijo a Dios. El recuerdo de esta "maldición" lo acompañaría durante el resto de su vida y al fallecer su padre, Søren supuso que aquel destino sombrío sería heredado por él. Por un tiempo breve se separó de la iglesia luterana y llevó una vida social extravagante y se convirtió en una figura en los teatros y cafés de Copenhague. Tras la muerte de su padre en 1838, sin embargo, decidió volver a congregarse y reemprender sus estudios teológicos. En 1840 se comprometió con Regine Olson, de 17 años, pero muy pronto se dio cuenta de su incapacidad para aceptar ese vínculo a causa de su naturaleza melancólica y de su vocación filosófica. Rompió el compromiso matrimonial en 1841, pero este hecho fue muy significativo para él y aludió al mismo repetidas veces en sus libros. El mismo año asistió a las lecciones de Shelling en Berlín. Kierkegaard termina decepcionándose de las propuestas del filósofo alemán y regresa definitivamente a Copenhague, donde estudia teología y filosofía y donde conoce la filosofía hegeliana, contra la que reaccionó con apasionamiento. Recibió la licencia de pastor luterano, pero, después de pronunciar su primer sermón, comprendió que ésa no era su vocación y dedicó su vida a exhortar a sus contemporáneos por medio de escritos. El trabajo de Kierkegaard es poco sistemático. Escribió ensayos, aforismos, parábolas, cartas ficticias, diarios y otras modalidades literarias. Muchos de sus escritos fueron, al principio, publicados bajo seudónimos como Victor Eremita, Johanne de Silentio, Hilarius religator (encuadernador) o Frater Taciturnus. Aplicó el término “existencial” a su filosofía porque consideraba a ésta como la expresión de la vida experimentada con intensidad. Creía que los individuos configuran su propia naturaleza a través de las elecciones que debe hacer sin la orientación de normas universales. Así, la seguridad de cada elección sólo puede determinarse de una forma subjetiva, personal. Kierkegaard es famoso por su doctrina de las tres vías o tres vidas: la vía estética, la vía ética y la vía religiosa. Inicialmente, en su primer gran trabajo O lo uno o lo otro (1843), Kierkegaard describió dos estadios de existencia entre las que cada individuo podía escoger: la estética y la ética. En el estadio estético, el hombre busca la variedad y la novedad en un esfuerzo por evitar el aburrimiento y el dolor; no tiene compromiso con nada, busca lo diferente, lo novedoso y vive cada instante sin considerar el pasado y el futuro. El estadio estético es desesperante, porque implica una peculiar pérdida de dominio sobre las cosas y sobre uno mismo, que inmediatamente se manifiesta con rasgos de frivolidad. La angustia desencadenada incluye este tipo de frustración, y suele recurrir, para encubrir tal pérdida, a la ironía fácil, que muchas veces presenta rasgos de pedantería, petulancia o histeria.Kierkegaard encuentra cuatro tipos humanos que viven estéticamente, aunque su sintomatología está bien diferenciada. El primer tipo puede situarse bajo la denominación genérica del borracho, el hombre tosco, elemental, que se dedica a acumular placeres bastos o no depurados. El segundo tipo puede encontrar sus rasgos más característicos bajo la figura del ejecutivo. Kierkegaard lo describe como el hombre que se afana continuamente, dando mucha importancia a su hacer y a sus cálculos: anda con prisa, de un lado para otro, con una acelerada y ávida planificación que le sume en una vorágine corrosiva. En este tipo humano se da la misma insensibilidad que en el borracho para tocar fondo en su mismo ser, y fundamentar su hacer. En tercer lugar figura el tipo que básicamente se suele identificar con el dandy. Se trata del hombre que progresa continuamente en una premeditada depuración de elegancia y originalidad, de impresiones nuevas o combinadas. Por último, Kierkegaard califica a Hegel como "hombre estético" y lo sitúa en esta perspectiva, porque, según Kierkegaard, la crisis de su pensamiento reside precisamente en su falta de radicalismo "Hegel se pone muy serio– dice Kierkegaard- lo que está diciendo es importantísimo. La seriedad del negociante y la solemnidad del borracho son claras. Pero la frivolidad echando mano de la seriedad, reitera la falsificación: hacer valer lo superficial implica y ratifica una falsía de base”. A diferencia del estadio estético, el estadio o camino de la vida ética significa un intenso y apasionado compromiso con el deber y con obligaciones sociales y religiosas. La nueva relación con los demás que se da en este estadio la simboliza la institución del matrimonio y el cumplimiento de deberes que impone. Para Kierkegaard esta idea es originaria de los griegos, dando como ejemplo el relato del sacrificio de Ifigenia por parte de Agamenón. Como es sabido, en la mitología griega Ifigenia era la hija mayor del rey Agamenón y la reina Clitemnestra. La diosa Artemisa castigó a Agamenón tras haber matado éste un ciervo sagrado en una arboleda sagrada y alardear de ser mejor cazador. En su camino para participar en la Guerra de Troya, los barcos de Agamenón quedaron de repente inmóviles al detener Artemisa el viento en Aulis. Un adivino reveló que la única forma de apaciguar a Artemisa era sacrificar a Ifigenia, hija de Agamenón. Según algunas versiones, éste así lo hizo. En este relato –señala Kierkegaard- prima el deber de Agamenón como rey de su pueblo, se observa el sacrificio del individuo (Ifigenia) por el bien de la comunidad, además la diosa artemisa habla en público en un lenguaje que todos pueden entender; se sacrifica lo particular (el amor del padre) por lo universal (la conveniencia de la comunidad), es decir, se sacrifica lo estético a favor de lo ético. Por otra parte, Agamenón tiene el consuelo de que la comunidad llora su destino trágico, comprensible para todos, incluso para su mujer y para la hija sacrificada. No obstante, señala Kierkegaard, en el estadio ético también surge la angustia: los deberes a la larga se sienten como una carga que genera agobio. Entonces advierte el hombre que el estadio ético comporta una pérdida de responsabilidad individual y que en suma lo importante no es el cumplimiento del deber como padre, sino la relación con Dios, con lo infinito.Si se concibe este pensamiento el hombre salta al estadio religioso. En Temor y Temblor (1846), Kierkegaard centra su atención en la experiencia del patriarca bíblico Abraham. Como es sabido, Abraham, por mandato de Dios, decide caminar solo y hacia la montaña de Morah con el propósito de sacrificar la vida de su hijo Isaac. Abraham -interpreta Kierkegaard- da muestra de su fe al someterse al mandato de Divino, incluso aunque no lo pueda comprender, y aunque vaya en contra de sus deberes como padre y en contra de sus deberes como miembro de una comunidad (de haberse consumado la muerte de Isaac, éste habría sido el primer sacrificio humano en el seno del judaísmo). Esta 'suspensión de la ética', para decirlo en términos de Kierkegaard, permite a Abraham alcanzar un auténtico compromiso con Dios. Para evitar la desesperación última, dice Kierkegaard, el individuo tiene que dar un 'salto de fe', que es en sí misma misteriosa y se halla plagada de riesgos. En efecto, Abraham sacrifica su amor de padre (lo estético) y su deber de padre (lo ético) por su relación con Dios (lo infinito). Sacrifica lo finito (sentimiento) y lo universal (deber moral) y lo hace por algo infinito y particular, que es Dios. A diferencia de Agamenón, Abraham está solo y su situación es de máxima angustia. El lenguaje con el que Dios le habla es privado y sus términos no pueden ser comprendidos por los demás. Si Isaac hubiera muerto, Abraham no hubiera tenido el consuelo ni la comprensión de su comunidad. Que él siga hasta el final no es racional, entendible, es una cuestión de fe. Es que su fe va unida al amor, a la confianza en Dios, sin la cual nada de lo que hace tendría sentido.En el tercer nivel, el religioso, el hombre se somete a la voluntad de Dios, y al hacerlo, paradójicamente dice Kierkegaard, encuentra la auténtica libertad.Kierkegaard consideraba que el alejamiento del hombre de Dios, la ruptura con la fe, era el acontecimiento más importante de su tiempo. Sin embargo consideraba que, con el paso de los siglos, el cristianismo se había ido degradando hasta el punto que hoy el mayor peligro residía en que todos nos llamáramos cristianos sin que ninguno lo fuera verdaderamente. Esta situación la veía llevada a su máxima expresión en su propio país, donde el estado sostenía económicamente a los predicadores. ¿Cómo podía ser que los predicadores de la palabra de Jesús (quien decía a sus discípulos: «Ustedes no son de este mundo»; quien fue perseguido y matado por las autoridades romanas y judías de su tiempo) vivieran del sueldo que les pagaba el gobierno? La indignación que este hecho generaba en Kierkegaard lo llevó a enfrentar a su propia Iglesia Luterana de Dinamarca. Sus últimos trabajos, como La enfermedad mortal (1849), reflejan una idea cada vez más pesimista de la vida y enfatiza en el sufrimiento como esencia de la verdadera fe cristiana. También redobló sus ataques, dirigidos contra la moderna sociedad europea, que denunció en La era actual (1846) por su falta de pasión y por estar entregada a valores cuantitativos. La tensión producida por sus numerosos escritos y las controversias en que participó, minaron poco a poco su salud; en octubre de 1855 se desmayó en la calle y murió el 11 de noviembre de 1855 en Copenhague, habiendo gastado toda su herencia en la publicación de sus obras, cuando apenas tenía 41 años de edad. En Colombia, el profesor y director de cine Juan Diego Caicedo, ha notado cierta afinidad entre el pensamiento de Kierkegaard y el movimiento cinematográfico Dogma 95. “Una vida plena es una vida plena de dificultades”, dictaminó Kierkegaard. Quien sabe si las heroínas de películas como Bailarina en la Oscuridad o Rompiendo las olas, del gran director Lars von Trier, hayan surjido de necesidades espirituales similares a las que dieron origen al pensamiento del filósofo danés. |